Ella entró, se sentó en una mesa y se puso a jugar.
Era un juego nuevo, uno que nadie le enseñó a jugar. Pero aún así, ella quizo probar.
Tú muy sonriente te ofreciste a ayudarla a empezar. Ella, muy ingenua se dejó.
Le dijiste que era un juego, pero no se trataba de ganar. Le dijiste que no había nadie a quién ganar. Le dijiste que eras tú, contra ella y a ella le tocaba apostar. Le dijiste que se trataba de saber dejar al otro llegar al otro lado, y al mismo tiempo caminar.
Cuando llegaste a la mitad te dió miedo, le dijiste que no estabas seguro de querer jugar. Le pintaste que era su culpa, que ella tenía que saber jugar. Ella te dijo que no entendía pues fuiste tú quien le enseñó a jugar. Decidiste entonces aclarar el juego, volver a explicar. Le dijiste que eran ustedes un equipo, y al mundo le tenían que ganar.
No sé si tú te arrepentiste o siemplemente te dió miedo. No sé qué sentirás. Y no sé si te arrepientas, pero a otra mesa me voy a sentar. Puse mis cartas en la mesa, y ya no sé cómo jugar. Hice todo lo que pude, jugue todo mi juego, no se me ocurren más jugadas y me parece que es hora de cambiar. Perdí en tu juego, en el que le cambias las reglas cada día, en ese que nadie sabe jugar.
No deseo que te vaya mal, y ojalá llegue una que sí aprenda a jugar, o que valga la pena para que cambies las reglas, no sé. Posiblemente tampoco haya sido tu juego perfecto pero a mí me gustaba. Me gustaba hasta cuando lo cambiabas, porque siempre me sabías explicar. Pero ya que ni me hablas, creo que mejor me voy a cambiar.
No sé en que mesa me vaya a sentar, pero prefiero estar buscándola que esperando a que llegue contigo. De tu mesa me voy a parar, y a tu mesa no voy a volver.
Ojalá te llegue otra, otra que valga la pena, otra para las reglas cambiar.
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